La Triangulación de la Luz
III. Limpieza de Corazón
Introducción
Informe del viaje a Choquequirao (Cuzco) realizado del 24 de Agosto al 1ro de Septiembre del 2004
Espectacular, lejana, solitaria y olvidada, Choquequirao (en quechua Chuqui K’iraw, «cuna de oro»), esta localizado en las estribaciones de la montaña, casi inexpugnable de la Cordillera del Salcantay, a 3085 m.s.n.m., rodeada por los nevados Apus de Yanama, Ampay, Choquecarpu, Pumasillo y Panta al lado derecho del río Apurimac en el Distrito de Santa Teresa, provincia de La Convención en el Departamento del Cusco.
Fue construida, presumiblemente, durante el gobierno del inca Pachacutec (siglo XV), y es sólo comparable con Machu Picchu, el monumento arqueológico más visitado del Perú. Los pobladores locales, incluso los que viven en Abancay o en Curahuasi -en las riberas del río Apurímac- dicen que Choquequirao era el lugar donde se habían refugiado los últimos incas que salieron del Cusco después de la derrota del último Inca del Tawantinsuyu -Manco Inca-, quienes resistieron durante cuatro décadas -entre 1536 y 1572- a los españoles, que ya se habían apoderado del Cusco, la capital del imperio. Eso fue lo que escuchó Antonio Raimondi, el naturalista italiano que recorrió todo el Perú a mediados del siglo XIX, y ésa fue también la razón por la que este lugar despertó tanto interés en los viajeros que llegaban hasta esa región haciendo una larga y penosa travesía de varios días para alcanzar el paraje donde estaban las ruinas.
Lo que se veía entonces era muy poco: unos cuantos muros de tipo incaico, sin los bellos paramentos de estilo cusqueño, en medio de un bosque que lo cubría todo. El conde De Sartiges, aventurero francés de la época, fue a Choquequirao en 1834. Luego de varios días de caminata, esperando hallar los supuestos tesoros que habrían dejado los incas de la resistencia, llegó al sitio con una gruesa compañía de campesinos locales e hizo lo que seguramente todos los viajeros hacían: cavar los pisos y romper paredes en busca de los tesoros:
«En mis proyectos para hacer excavaciones y levantar planos, no había contado con una de las consecuencias forzosas del abandono del terreno durante siglos: la vegetación que invade todo. No sólo las calles, sino las casas y las mismas paredes estaban cubiertas de plantas trepadoras. Imposible dibujar el conjunto de la ciudad… Hicimos despejar la plaza y los edificios… Mientras me ocupaba en dibujar las viejas casas de Choquequirao… mis coasociados excavaban en la tierra por donde quiera que creían reconocer huellas de algún entierro… nada se enterraba con ellos, ni vasos ni topos… Mis compañeros cavaron a través de una de las falsas puertas (nichos) de la gran muralla triunfal… detrás se hallaba la roca viva…