Capítulo 14
Después de la destrucción de la Atlántida, hace doce mil años, una fuerza interplanetaria de paz llegó a la Tierra para fundar lo que sería la Gran Hermandad Blanca de nuestro mundo; de esta forma se conseguiría el apoyo y equilibrio necesario para que el ser humano pudiera continuar con su proceso de evolución.
Estos 32 Maestros extraterrestres (no treinta y tres por cuanto el número 33 lo tiene que representar simbólicamente la propia humanidad), se ubicaron en galerías subterráneas en una región secreta del desierto de Gobi, en Asia, fundando así la mítica Shambhala, centro matriz del mundo intraterrestre y capital de la llamada Agartha. Desde allí, velarían por la quinta humanidad, la de la síntesis de los mestizos cósmicos. Cada uno de ellos representaba una determinada civilización del espacio; su honda sabiduría y profundo amor por la vida los calificaba como los más aptos para llevar a cabo la misión de reactivar en nuestro mundo la semilla de la Luz, pero de una forma ordenada y orientada, que les permitiera a ellos hacer un seguimiento, y a la vez les permitiera recibir un aprendizaje. Porque recordemos que no hay nadie por muy sabio que sea que no tenga algo que aprender, y nadie por muy humilde que no tenga algo que enseñar.
Shambhala y el Mundo Subterráneo
Hablar de una supercivilización habitando en las profundidades de nuestro planeta podría generar serios cuestionamientos en el lector escéptico, posiblemente porque en estos seres recae la misión de ayudar al hombre en su trayecto hacia el cumplimiento del Plan Cósmico.
Quizá una de las experiencias más célebres en relación a Shambhala sea la de Nicolás Roerich, explorador y artista ruso que emprendió en 1925 una expedición al Tibet y al Asia Central. Allí fue invitado a conocer el reino subterráneo. Ese año, Roerich contempló en pleno día un disco brillante ¿un OVNI? surcando el cielo de Karakorum y los lamas que le acompañaban aseguraron que se trataba de un signo de ¡Shambhala!
Nicolás Roerich, junto al sueco Sven Hedin y su antepasado Ruso Nikolai Przhevalsky, fueron los primeros occidentales después de Marco Polo en adentrarse en la cultura de Oriente.
En la historia de diferentes pueblos de la Tierra encontramos claras insinuaciones a ese mundo interior, un lugar secreto donde se reúnen los grandes sabios, los Rishis o Mahatmas, que sólo permiten el ingreso a su mundo a los que han sido llamados. Es pues, en oriente, donde existen mayores referencias al reino subterráneo, aunque de ello también hablaban los Aztecas y los Incas.
A estos Maestros de Luz intraterrenos se habría referido Thot el Atlante en «Las Tablas Esmeralda» cuando menciona: “Treinta y dos están allí de los hijos de la luz, quienes han venido a vivir entre la humanidad buscando cómo liberar de la esclavitud de las tinieblas a los que estaban atrapados por la fuerza del más allá…»
««Los dioses aparecieron en sus respectivos vehículos voladores para presenciar la batalla entre Kripakarya y Arjuna. Incluso Indra, el señor del cielo, llegó montado en un vehículo volador especial con capacidad para treinta y tres seres divinos». (Bhagavata Purana, Texto antiguo de la India).
No en vano, el número 33 se encuentra inmerso en la vida del hombre, desde su ubicación en la galaxia, a 33.000 años luz del Sol Central, al maná que cayó del cielo para asistir al pueblo hebreo por 33 días quizá de allí provenga la denominación «manásico» para el Sol Central. Además, esta clave numérica se encuentra también en las 33 vértebras de la columna humana que se pueden apreciar claramente en los primeros años de vida, más tarde, con el crecimiento humano algunas de ellas se unen a otras que funciona como antena energética. También es sugerente apreciar que en diversas escuelas esotéricas, como la Rosacruz y la Masonería, la principal jerarquía es el grado 33. Y para pensar un poco más, el Maestro Jesús murió y resucitó según algunos estudiosos a los 33 años de edad, y en relación a la mítica huída inca al Paititi, ésta se habría producido en el año 1533.
Una vez que los Mentores de la Luz se establecieron en el Gobi, en sus Salones de Amenti o templos intraterrestres que ya habían sido acondicionados por seres procedentes de Sirio, procuraron todo lo relativo a la activación futura de un impresionante disco metálico, hecho con una extraña aleación de metales, sonidos y emociones de nuestro planeta.
La Creación del Gran Disco Solar
Se trataba pues, del Disco Solar, una llave o espejo dimensional que abre las puertas entre las dimensiones y que puede «llevar» al planeta entero al Real Tiempo del Universo. Así mismo, el Disco representaba al Sol Central de la galaxia, fuente importante de energía que llega a toda nuestra Vía Láctea, bañándola con la transmutadora fuerza de la Luz Violeta. Este disco fue construido en los tiempos de la Lemuria en la Patagonia y posteriormente conducido a los retiros de la Hermandad Blanca en un largo peregrinaje tocando muchos centros, terminando en el Paititi después de haber pasado por el Lago Titicaca y el Templo del Coricancha en el Cuzco.
Está de más afirmar que las radiaciones solares o energía Cilial de nuestro propio Sol, son también canalizadas por el poderoso Disco de los Maestros. En los mundos evolucionados se aprovecha al máximo el poder de las estrellas. El Disco Solar se constituiría en el santo emblema de la Hermandad Blanca, representado gráficamente con la figura de tres círculos concéntricos: los tres planos, los tres universos, la trinidad sagrada y la Ley del triángulo.
No obstante, la Jerarquía venida del espacio sabía que no podría prolongarse indefinidamente en sus cuerpos físicos. Fue entonces que los 32 Mentores de la Luz vieron en los Estekna-Manés, mestizos mentores, que habían sobrevivido en bases subterráneas a la destrucción de la Atlántida, el reemplazo perfecto.
Muchos de ellos, sabios sacerdotes que trabajaban por la luz, habían emigrado a diferentes regiones del mundo, evitando perecer ellos y sus sagrados archivos del conocimiento en el holocausto atlante. Llegaron a América Central, a Sudamérica, a áfrica, India y Europa; desde allí y en su interior, junto con los Guías o Instructores, comenzaron a sembrar la semilla de acuerdo a los designios heredados de los 32 Mentores para rescatar el proceso del despertar de la conciencia humana y así, acercarle a los Hombres el conocimiento, su verdadera historia, la cual ellos ahora custodian.
Uno de los primeros grupos en ser instruido después de la destrucción de la Atlántida o «el diluvio universal» fue el Sumerio.